Como cuando te dicen que el avión en el que viajas va a estrellarse. No hay escapatoria, ni salvación. Alas convertidas en tu verdugo. Cansadas de volar tan alto que han perdido el rumbo de su ser y optan por estrellarse en un vacío sin final del que tú ahora ya formas parte. Es la impotencia de no poder hacer nada, tienes las manos abiertas y sin embargo no pueden tapar los gritos de los condenados al olvido. Y te aproximas rápidamente a tu destino, destino que no figuraba en tu billete, el que no elegiste, que alguien escribió por ti y el que tu goma de hambre insaciable no pudo borrar.
Y ahí estás, una vez más, mirando a tu alrededor, una vida por detrás, pero ninguna por delante ya. Y te arrepientes de que esta vez no haya más; más oportunidades de las que ya obtuviste, más miradas, más besos, más amor del que brazos ya te dieron pero no devolviste. El aire se agota y tus pulmones cansados de llorar te hacen arrodillarte ante un inoportuno pero imparable final semejante al del frágil verbo reflexivo: 'RENDIRSE'
Y ahí estás, una vez más, mirando a tu alrededor, una vida por detrás, pero ninguna por delante ya. Y te arrepientes de que esta vez no haya más; más oportunidades de las que ya obtuviste, más miradas, más besos, más amor del que brazos ya te dieron pero no devolviste. El aire se agota y tus pulmones cansados de llorar te hacen arrodillarte ante un inoportuno pero imparable final semejante al del frágil verbo reflexivo: 'RENDIRSE'
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