El problema es cuando ya no hay más puntos suspensivos, sólo un punto y final que cierra una bonita pero inviable historia de amor.
Amas para sentir placer, pero qué pasa cuando éste te oprime tanto que no puedes respirar, que no te permite ni pensar.
El mundo se cierra a tus pies y te vomita. Las caras se distorsionan y la vida cambia a una oscura y lúgubre tonalidad que te envuelve como los enormes brazos de una gigantesca sombra que se desploma sobre tus hombros.
Gritas y nadie alcanza tu voz. Al igual que una de esas pesadillas en la que cuanto más quieres correr y mayor es el miedo, menos fuerza tienen tus piernas que, aún con sudor y entereza por escapar, parecen sujetarse a las raíces del cemento que se cierne bajo tus pies.
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